Hablar de Héctor es...
Hablar de Héctor es tratar de subir
al limbo del arte, es escuchar el efímero hechizo de su son caribeño, es
sujetar un micrófono y cantarle a la melancolía, es pasar del mito a lo real, y
tal vez volverse incrédulo, es ir por la calle y ver al pobre loco bailando la
“Murga de Panama” y al delincuente idolatrar a un tal “Juanito alimaña”, es
viajar a través del tiempo a un lugar inimaginable, es sentir la quimera de
multitudes, es adentrarme al bongó de mi pecho, es estremecerse al vibrato de
una letra de asfalto, es tanto y mucho, es poco y nada, es simplemente vagar
por los recuerdos hedonistas y bohemios, es oír el pregón triste de un ser que
reía al borde de la tarima de la fama.
Hablar de Héctor es saborear el vértigo
urbano y el arrebato de su lírica, es habitar el microcosmos de lo
inentendible, es también escuchar a Colón y su endemoniado trombón, es
lamentarse y a la vez ufanarse de su existencia, es navegar al borde de un río
de lava, caliente y peligroso como él mismo, es caminar por la cornisa de la
seducción y encontrarse con una dama de blanco, misteriosa y prohibida.
Hablar de Héctor es penetrar en sus
pasos mórbidos, es asomarse por la ventana del deleite y fabular, simplemente
fabular; es imaginarse en la pachanga del sábado, es enamorarse sin conocer a
la hembra, es lanzar un requiebro eufónico, es abocetar un lienzo infinito, es
hablar de algo que se extingue y llorar, llorar a la estirpe condenada a vivir
para siempre.
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