lunes, 19 de noviembre de 2012


Hablar de Héctor es...




Hablar de Héctor es tratar de subir al limbo del arte, es escuchar el efímero hechizo de su son caribeño, es sujetar un micrófono y cantarle a la melancolía, es pasar del mito a lo real, y tal vez volverse incrédulo, es ir por la calle y ver al pobre loco bailando la “Murga de Panama” y al delincuente idolatrar a un tal “Juanito alimaña”, es viajar a través del tiempo a un lugar inimaginable, es sentir la quimera de multitudes, es adentrarme al bongó de mi pecho, es estremecerse al vibrato de una letra de asfalto, es tanto y mucho, es poco y nada, es simplemente vagar por los recuerdos hedonistas y bohemios, es oír el pregón triste de un ser que reía al borde de la tarima de la fama.

Hablar de Héctor es saborear el vértigo urbano y el arrebato de su lírica, es habitar el microcosmos de lo inentendible, es también escuchar a Colón y su endemoniado trombón, es lamentarse y a la vez ufanarse de su existencia, es navegar al borde de un río de lava, caliente y peligroso como él mismo, es caminar por la cornisa de la seducción y encontrarse con una dama de blanco, misteriosa y prohibida.

Hablar de Héctor es penetrar en sus pasos mórbidos, es asomarse por la ventana del deleite y fabular, simplemente fabular; es imaginarse en la pachanga del sábado, es enamorarse sin conocer a la hembra, es lanzar un requiebro eufónico, es abocetar un lienzo infinito, es hablar de algo que se extingue y llorar, llorar a la estirpe condenada a vivir para siempre.         

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